ARMÓNICOS DE UN CONCEPTO (13)

Atardecer en el puerto de Tarragona

Prestamos, posible lector y yo, alguna atención, en la publicación anterior, al principal enemigo externo de la Democracia: La imposición, aún aquella, y sobre todo, rebozada de las más nobles intenciones o sacrosantas grandezas. Nobleza, la que supuesta y sospechosa sea, que damos al traste con una u otra modalidad de imposición (sutil o brutal y las intermedias). 



Quedamos también en que pondríamos oídos lo más abiertos posibles a, del mismo concepto de Democracia, nuestros enemigos  internos (aquellos que no pueden existir en otro lugar que en cada cual), caso de ser o querer ser demócratas. Claro está que tal división de enemigos en externos e internos no puede ser a rajatabla. Solo falta que yo (o institución alguna) me inponga, para que esta imposición sea externa, respecto a aquel sobre quien me he impuesto; pero respecto a mi mismo, que soy el impositor, mi imposición ha sido generada no en otro lugar que en mi mismo, es decir en mi interior. 



De todas maneras, tanto internas como externas según se considere, la Democracia tiene enemigos, de parte de aquellos que para nada la quieren: enemigos más claramente externos que imponen a fuerza de poder o con el poder de la fuerza sus... a saber que. Y enemigos los tiene en quienes -yo, uno de ellos- aún diciéndola, prefiriéndola o queriéndola, no nos percatamos o no percibimos en nosotros mismos aquellos aspectos que de democráticos tienen bien poco o tal vez nada si dadas ciertas omisiones o carencias.





Adquirir conciencia, es decir saber de uno mismo respecto a una situación o tema determinado en que de alguna manera nos sentimos implicados, considero que es un sano ejercicio, y quizás escasamente practicado. Ejercicio que como otros tantos contribuyen al desarrollo personal que tanto interés parece que tiene en diversos otros aspectos, esos sí muy tenidos en cuenta (alimentación, ejercicio físico, cuidados y estética del cuerpo...).



Nosotros hemos tomado, para afinar nuestros oídos, un par de citas. En la última escuchamos el fragor de nuestros enemigos, no menos que el grato y difícil canto de una determinada igualdad: La de derechos, que si nos acercamos a auscultarlos en la cita podemos percibir, del sustantivo derechos su correspondiente adjetivo: humanos. Esa y no otra igualdad es la que exactamente nos corresponde y corresponde a nuestra dignidad democrática y, claro, también personal. Las otras unidades, las que aparecen indirectamente en la cita no pertenecen a la Democracia, sino que al dominio de unos por los otros (esa ruidosa distorsión del diálogo que tan solo puede existir en pie de igualdad). A saber: Querer ser homogeneizados, dejarse, por personal irreflexión, uniformar, dejarse confundir por los vociferadores de unidades, siendo que en ellos mismos tienen del todo confundido y desplazado fuera de sí en nombre de cierta unidad lo que bien podría ser unión en el amplio y abierto sentido de relaciones que jamás darían al traste la rica diversidad humana de la que cada cual es una viva muestra.



Ahí pues nuestros íntimos enemigos: 


  • La irreflexión o inconsciencia. 
  • Ese afán para las unidades homogeneizadoras y uniformadoras que nos confunde queriendo eliminar relaciones que serían del todo impracticables en tales unidades, que siempre -históricamente- tienden a rebajar sino a querer eliminar a aquello que hace posible toda relación de buena y difícil calidad humana: a eliminar lo diferente, al diferente, lo distinto... En unidad tan solo consigo mismo, o algo monstruosamente a ello asemejado, es posible la "relación". Una "relación" patológica y patógena, como la del maltratador que no soporta las distinciones, diferencias, libertad y singularidades de su atormentada "pareja". (Unidad es bien distinto de unión o relación, que siempre respeta las singularidades, las diferencias e incluso trata, mediante efectiva y real relación, de comprenderlas en lo posible).
Ahí de muevo la cita, para facilitar el contraste:

La democracia implica una división, una colección de desacuerdos. No es un lugar de gente similar sino de gente diferente. Su principio no es de igualdad sino de igualdad de derechos para que cada quién sea diferente y, no obstante las diferencias y los puntos de vista variados, sea posible vivir juntos y sin violencia. La democracia es la historia de la pluralidad y la tolerancia, no la de la victoria y la imposición. Por ello no hay victorias en la democracia, hay paz y la paz es la verdadera victoria de la vida política de los pueblos.
(Shimon Peres)



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