REFLEXIÓN HECHA A SALTOS



No muy lejos de donde estoy ahora mismo, La Zarza de Pumareda, se halla el salto de Almendra. Un imponente embalse generador de energía hidroeléctrica. Imponente, ya a primera vista, por su altura (202 m) y por la longitud del recorrido a lo largo, y curvo, del muro de contención (3.036 m.).
Mi abuela, ya mayor, cuando tuvo ocasión de contemplarlo y no habiendo visto jamás el mar, dijo que al ver el agua allí retenida ya se podía hacer una buena idea de lo que el mar debía ser al alcanzar la costa. Y ciertamente esa es la impresión que ofrece toda aquella agua: la de un mar allí aparentemente retenido, con sus aguas azules que quedan hilvanadas al cielo en un amplio y lejano horizonte.

En esta ocasión, agosto de 2017,  estaba el pantano a menos de la mitad de su capacidad, apareciendo riscos, rocas, promontorios aislados y el dibijo de antiguas costas ahora emergidas. Todo daba fe del enorme bajoón respecto a su habitual nivel, que según se apreciaba en años anteriores rondaba normalmente por encima del 90 por ciento de su capacidad. Por aquí se comenta que este año las lluvias han sido muy escasas y parece que esta sea la causa de la enorme diferencia de su nivel y de la energía potencial ahora mucho menor allí acumulada.

De repente un salto metafórico que revierte lo contemplado en imagen no ya de lo allí afuera sino del adentro que soy -y pienso que somos-: Por aparente quietud, tengo todo un estado no menos aparente, un estado de ánimo; que si entusiasta y libre de comparaciones, entonces rebosante, yo, de iniciativa y de alegría -pienso que así mismo también ocurre en otros-.
No se si comparar aquella inmensa obra de ingeniería a todo el obrar que supone la realización de si que una persona cualquiera representa a lo largo de toda una vida. (En ello invertimos mucho más empeño de lo que creemos).
Allí afuera, en aquel salto, rige, en el conjunto de todo, una igualdad, una ecuación. La igualdad es esa aparente calma en que casi nada parece moverse. Sin embargo a un lado de esta igualdad hay todo un potecial cuyo dinamismo genera una ingente cantidad de energía provechosa, y al otro lado de este signo de quietud tenemos el ingreso constante de aguas recogidas por un bello cauce que hace por unir, con sus más y sus menos, a las intermitentes y a veces muy distanciadas y escasas lluvias. Allí afuera pues dos miembros en equilibrio provechoso; como suele ocurrir, si en equilibrio dinámico, en general. Si es mucho lo que allí puede divisarse, mucho más es lo que no cabe contemplar a simple vista. Y ello sí que me parece comparable a un solo ser humano -y no solo a uno sino que a cada uno, uno por uno, a cualquiera-.
 
Tengo recien leído que el cálculo del proyecto de esta presa fue realizado mediante una computadora IBM en tres horas, mientras que para  otro salto aún más cercano de donde estoy, el de Aldeadávila, se invirtió para el mismo fin el esfuerzo -seguro que colectivo-  de medio año. Y aquí la metafórica comparación sobrevenida juega mucho más a mi favor -creo que no menos que al de cada cual-. Comparativamente no mucha medida de lo que somos obedece a cálculo alguno, por más que sea el esfuerzo calculador que lo pretenda. Tanta es la "riqueza" en que cada cual consiste, que el término riqueza, que nos connota más bien a la material, no nos representa en la mayor medida de lo que somo y de lo que podríamos llegar a ser (si así no fuera, ¿Qué sentido tendría la educación?). Para lo que somos y podemos llegar ser  -nunca de manera definitiva- disponemos de la palabra dignidad, que es el trasvase de todo valor calculable y de precio de mercado y de todo medio instrumental al cauce de posibilidades creativas que somos. No yo un mero instrumento sino que más bien la finalidad de todo medio -y quien dice yo mucho mejor ha de poder decir nosdotros, es decir, humanidad-.

Inevitable cierta tristeza y más aún una preocupación, al advertir aquel desnivel. Más de la mitad del pantano vacío. Haciendo acopio de agua, algo menos de su mitad. La tristeza, la de un vacio que deja al descubierto. La preocupación, la de la mitad, por mi nunca visto, del vaso vacío, y por el temor a su nada. El agua de mi embalse es mi ánimo, que cuando bajo emerge lo arisco de mi o yo mismo en un promontorio insular o en viejas líneas costeras que comprenden arenales así estériles. No se tu que tal vez leas esto; yo, contemplo mejor quien soy con el ánimo en la línea, alzada, del entusiasmo o del reposo que regenera potencialidad propia y siguiendo los márgenes, variables y siempre haciéndose, de mi propio cauce, que quisiera tendente a relacionar y igualar periodos lluviosos junto a otros en que el agua que ha de descender escasea.

Una diferencia afortunadamente insalvable (ni tan siquiera estableciendo puentes metafóricos) entre este salto y mi salto -que también es el de cada uno, el nuestro, me parece-:
Puede que haya métodos para hacer llover, pero parecen poco aplicables para llenar suficientemente cualquier gran embalse sin causar perjuicio alguno.

¿Podemos, pero, de todas maneras, hacer que nos llueva de manera muy provechosa? Sí, aquí se trata de un terreno profundamente desnivelado, donde el ingenio de la solidaridad, al alcance de cualquiera, nos reta y espera con mucha más innovacion sencillamente creativa que método alguno ya establecido: cada cual, como pequeñas pero potentes turbinas -sí, una pobre imagen del corazón, lo siento- revirtiendo y multiplicando, por ser tantos, en generosidad (nuestra energía cinética), de la que tanto se es capaz potencialmente.
Puedo, en libertad, optar por esta concreta energía renovable (solidaridad); de lo contrario, me parece, no hay qué  ni quien nos sostenga. Lo cual no es el caso (medio vaso debe estar lleno de tal contenido), aunque hay que reconocer que también el nivel de esas aguas, las de la solidaridad, es demasiado bajo y me parece que no habría que esperar a incrementarlo en presencia de grandes desgracias; de hecho se puedo ser generoso, y no pocos lo son, de infinitas maneras. En ello mucho está por generarse.
 

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